lunes, 4 de julio de 2016

Amigos en la noche

La noche se deslizaba imparable ante aquellas nubes plateadas. Poco a poco la oscuridad envolvía el cielo que, una vez cubierto, no dejaba que se derramase ni un hálito de luz. Me quedé tumbado frente a aquel manto negro, esperando que aquella brisa que me acariciaba el cabello hiciera aparecer las estrellas entre aquellas sombras. Poco a poco, la vista se fue tornando más turbia y mis ojos acabaron de cerrarse. 

El tañido de las campanas de un monasterio cercano me vino a traer a una mañana fresca de otoño. Una nueva luz en ciernes se alzaba sobre las cimas de los montes, atravesando las ramas de los árboles con aquellos rayos cálidos. No fue hasta entonces cuando me di cuenta de que no estaba solo. Pude percibir la presencia de alguien que se movía entre los arbustos y dejaba la señal de sus pasos sobre aquel bosque. Su respiración se volvió tenue y apenas pude volver a advertir sus movimientos. Tras unos instantes en que perdí la pista a aquella sombra, mi estado de alerta se desvaneció y volví a relajarme al amparo de aquel sol que me hacía sentir seguro. 

Hubo algo que me inquietó y abrí los ojos. Allí estaba. Frente a mí. Su mirada penetrante cruzándose con la mía. Ni un atisbo de temor en su rostro. Nada que me hiciese pensar que debía tenerle miedo. Me levanté de la butaca lentamente, intentando evitar hacer ningún movimiento brusco. Enfrente de mí, aquella figura hizo un amago de huir pero al ver que yo no tenía nada salvo las palmas abiertas de mis manos se detuvo. Me fui aproximando con un aire conciliador hasta que llegué hasta él y lo reconocí. Estaba cambiado. Su aspecto había empeorado desde la última vez que lo vi. Ofrecí mi mano y alargué los dedos hasta rozarle la cabeza y cerró los ojos. Me incliné hacia él y se acercó a mí para buscar mi otra mano. Durante unos momentos saboreamos aquel reencuentro nacido de una noche sin estrellas. Mi pequeño perro nunca se había olvidado de mí.

miércoles, 25 de mayo de 2016

De repente, silencio


De repente, todo es silencio. El murmullo habitual de la vida cotidina da paso a un grito que se eleva por encima del ruido. Luego, un estallido que ensordece y después, los gritos. Y la nada. El silencio. Personas que ya no oiremos más. Un ruido que jamás será igual.

 Nunca me he hallado en medio de un atentado, pero así debe escucharse desde dentro. Un caos que se lo lleva todo. Y quién sabe qué es peor. Perderse entre una lista de nombres o perder a alguien entre el estallido. Callar para siempre o quedarse escuchando el silencio.

Los que se quedan, por desgracia, ya no oirán más a sus seres queridos. No sentirán un cosquilleo al oír sus voces. No se reirán con sus chistes. Ya no tienen nada que escuchar. ¿Cómo acostumbrarse a que ya no están, solo por mala suerte, por estar en el sitio equivocado a la hora equivocada? ¿Por qué querría un ser humano hacer callar a otro para siempre? Yo tampoco lo entiendo.

No hay respuesta para explicar la barbarie. Como tampoco la hay para quienes tienen que sufrir día a día la pérdida. Dolor sin motivo. Silencio para siempre después de un segundo de ruido ensordecedor.

lunes, 16 de mayo de 2016

Las ganas

Tengo ganas de escribir. Llevo desde enero sin hacer esto que me apasiona. Por el trabajo, la universidad u obstáculos variados no encuentro el momento de sentarme tranquilamente frente al ordenador y dar rienda suelta a mis pensamientos. Aunque esta entrada solo sea para acabar con ese síndrome de abstinencia insoportable ya es algo, es la expresión directa y clara de mis ganas de escribir.

Es la primera vez en meses que escribo sin contar las palabras. Las cuento en el trabajo para medir la duración de la crónica. Las cuento en la universidad para cumplir con los requisitos de los profesores. Y quiero dejar de contarlas. Ahora mismo. Simplemente quiero preocuparme de escribir lo que me venga a la cabeza, sin que nada ni nadie me ponga límites. Hacer eso que tanto me gusta. Sin pensar en nada más, porque estoy cansado de escribir por obligación o para cumplir. Quiero hacerlo por mí, porque quiero y nada más.

Qué sensación tan horrible la de escribir un párrafo y mirar cuántos quedan por hacer. La demostración de que algo que debería hacerse por gusto, se hace por obligación. Y es curioso, que cuanto más escribo de cosas que me importan muy poco, más ganas tengo de borrar lo escrito y hablar de lo que me parezca bien.

Ahora, cuando más trabajos tengo encima, cuando más presión, es cuando más quiero tener un rato para escribir. Me metí en periodismo para escribir, sí. Y lo hago todos los días. Podría decirse que he cumplido mi objetivo pero solo en parte. No consiste en vender unos párrafos por dinero, sino en que esas letras hablen de lo que importa, de lo que quiero hablar. Qué ansias. Qué ganas.